II





iban a inaugurar una centro de atencion telefonica en la ciudad(mas cerca de la civilizacion) y necesitaban nuevos operadores para esos cargos. Ya era hora de encontrar empleo. El poco dinero que quedaba de mi madre ya estaba en sus últimas y tarde o temprano tendría que pagar el arriendo; no tenia mas donde vivir. El abogado se había quedado con la casa de mi madre.
La cita era a las 11:00 am, cerca de la ciudad, a unos veinte minutos de los edificios campestres donde vivía; avenida estación, cerca al almacén donde vendía ropa para pobres (“por kilos”) que se había colado por ese sitio. Todavía tenía algo de ese espíritu aristocrático de hace muchos años. Todavía era habitado por importantes personajes: algunos ex compañeros de mi madre, y el otrora senador, con quien todo mundo decía que ella tenía sexo. Tal vez el almacén había hecho un buen negocio al instalarse por esos lares; le daba algo de elegancia a las compras familiares de la plebe.
Me bañe con rapidez, algunos fideos se habían regado en la alfombra. Saque un cepillo y empecé a limpiar hasta que quedo de nuevo blanco. No quede muy satisfecho, pero ya era tarde... entre en la cocina; siempre estaba sucia, y varias botellas de whisky me recordaba que no solo debía pagar el arriendo, si no hacerme a algo de licor para soportar esta irascible paranoia. También había platos sucios, cajas de domicilios, la estufa llena de grasa y unas costras negras, una lama verde empezaba a adueñarse de unos vasos donde unas semanas atrás había comido unos cereales con leche. La cocina estaba mugrosa y hacia contraste con la sala: ese cuarto blanco donde tenía mi alfombra. Le daba un buen aspecto al apartamento si se miraba desde la puerta, pensarían que la elegancia de la familia no se habría perdido en mi... bueno, tampoco dejaba que nadie entrara... e igual: nadie venia.
Coloque el cepillo cerca de una lavadora vieja que me traje de casa y salí caminando hacia la puerta no sin antes coger los papeles que debía llevar a la entrevista. Miré de nuevo la alfombra. Todavía se veía la huella de los fideos. No soporte la imagen y de nuevo volví a limpiarla.
Cuando estuve satisfecho observe el reloj, me levante, cogí de nuevo los papeles, miré de nuevo la alfombra: se veía mejor, pero ya era tarde; tenía que apresurarme. Abrí silenciosamente la puerta, me recostaba contra la pared mientras trataba de mirar por los lados: no había nadie. Respiré, salí sigiloso y mirando hacia los lados.

Dejé atrás las colinas, las pilas frías de basura y escombros humeantes. Me encuentro ataviado con un raido traje hábilmente disimulado por un abrigo que, aunque muy viejo, luce aun lustroso. Me he bañado esta mañana a pesar del frio y de esta maldita tos que me ha atacado durante las últimas noches y por lo tanto luzco un aspecto muy saludable. Creo que soy un poco como este abrigo maltrecho que conserva a pesar de todo un poco de su dignidad. Ja, Dignidad! Debo aferrarme a toda costa de cualquier inútil idea si quiero hacerme de este trabajo. Mi situación comienza a hacerse bastante desesperada: mi salud empeora y mi cordura es como un barco ebrio que amenaza naufragar en cualquier momento. Superficie, superficie. Cordura. Centro, centro. El puto bus que va para el centro! ¡ese me sirve!, carajo. Por poco y se me escapa. Desesperado extiendo la mano y grito como un poseído: un momento!
La señora gorda me pisa y cuando mascullo mi dolor entre dientes me mira como si le hubiera cogido el culo. Veo un asiento al fondo y compito con la mujer embarazada que acaba de montarse al bus y en el último momento se lo gano. Hago como si no escuchara su insulto. El viejo jubilado que va a mi lado dormita y deja escapar un fino hilo de babas en el que me quedo largo tiempo absorto hasta que me arrebata de su encanto una aguda y molesta vocecilla que clama por la atención de los ilustres pasajeros, vende maní o calaveras de dulce. Yo veo bichos muertos saliendo de una bolsa que sostiene en sus descarnadas manos. Las rechazo horrorizado cuando me los alarga. Alguien canta una canción. Estoy a punto de gritar; desconfio de estos tipos, desconfio de todos en este bus. Con la señora embarazada hay que ser precavidos tambien.
La bestia metálica con entrañas de lumpen me vomita cerca de la central de teléfonos, en la haroldzenrivasnplatz. Miro el reloj de bolsillo de mi padre (que me he resistido a entregar al maldito viejo usurero de la prendería como el resto de las joyas que aun conservaba de la vieja) y compruebo que aun tengo unos minutos antes de que sea mi turno, tiempo suficiente para unas copillas en un café-billar que mis hábiles y rapaces ojos de dipsomaniaco ha encontrado en la esquina de la plazoleta.
El clima del cafetín es cálido y acogedor. El aire esta impregnado de orín, vomito y papa rellena trasnochada. De los parlantes fluye una untuosa melodía que satura el aire: -tan bonita para que/ si no tiene alma/ tan bonita para que/ si no tiene corazón-. Pido un aperitivo y me acodo en la barra, tratando de evitar cualquier tipo de contacto visual con los perdedores y malvivientes que salen de las esquinas y las mesas como arañas. Tomo el trago de un solo golpe. Pido uno nuevo que paladeo lentamente. Pido otro mas, que consumo con aire apresurado después de consultar nuevamente el reloj. Empiezo a sentir un agradable calor que emana de mi pecho. Una sensación de laxitud me invade y de afecto por todos estos monstruos abyectos que me rodean. Un viejo se me acerca. Es calvo y mórbidamente obeso, respira con dificultad y esta ostensiblemente ebrio. Quiere conversar con alguien. Después de algunos tragos mas me doy cuenta que es la persona que debe hacerme la entrevista de trabajo, o eso dice. Después de pagar por una botella y cuando nos encontramos cómodamente ubicados en un reservado, me dice que el trabajo pensaba dárselo a una mujer bonita y pectopulenta pero que mi estampa contrahecha y raída le ha hecho gracia y el trabajo es mío. Agradezco al diablo por mi buena suerte levantando mi copa. Brindo con el grotesco personaje y cantamos a grito herido algún tango que no se como se llama. Se piden nuevas copas, unas papas rellenas. parte de ellas cae en mi inmaculado abrigo. Recordé la mancha pertinaz de la alfombra y la ridícula compulsión de la que muchas veces soy presa. No me importó; Estaba curado gracias al alcohol por el momento. Podría husmear en los más sórdidos basureros por una copa más. El hombre, que ahora se que se responde al colorido nombre de libardo (como si estuviera predestinado a libar como un poseído) se ha fabricado un curioso sombrero con su periódico y a mis ojos es como el retrato de un guapo prócer. Antes de darme cuenta a nuestra mesa se han acercado un par de mujeres bamboleantes y han proferido todo tipo de imprecaciones contra mi nuevo jefe: Chanzas socarronas de viejos amigos. Cierro los ojos y el mundo se funde en negro.
Estoy caminando. Los edificios desafían la lógica y la geometría humana y parecen abalanzarse sobre mi (si, mama: 2 litros de aperitivos y uno mas de whisky, algunas cervezas) y es entonces cuando escucho los ruidos gogloteantes y chapoteantes que suben de las alcantarillas, me entiendes? Y la oscuridad lo envuelve todo y el olor penetrante y nauseabundo de mil putrefacciones me atenaza. Doy un grito y me desvanezco.

Despierto cuando el sol me da en los ojos. No se como, pero me encuentra tirado en el suelo de mi apartamento. Tengo la boca llena de cal y los ojos abiertos. El aire impregna la sala. Con que curiosa e hiriente morbosidad espia cada rincon de mi apartamento! con cuanto placer el maldito -hiena descubre el muladar de mi cocina y los cacharros sucios en medio de los que vivo! Cuando de camino al baño me miro en el espejo me doy cuenta que tengo el hijo de puta pelo y las pestañas completamente chamuscadas.

Y ahora llego tarde a mi primer día de trabajo.

Me baño con una ligera rabia, cuando me dispongo a salir !maldición!: la alfombra tiene cal.